viernes, 29 de junio de 2007

El Fusco

Se le reconocía por el cigarro. Asemejaba un antiguo buque de vapor: el espectral humo hilando el cielo y los dos cascos del sombrero blanco tejido eran lo primero que aparecía en las cuestas de la ciudad. El azul mortecino del empedrado encuadraba su estampa y los muchachos imaginaban el resto: la mar, el vaivén, las velas al cielo.

-No fumo, me rodeo de misticismo -decía en tono cadencioso, tomando impulso apoyado en cada palabra para lanzarse a la siguiente frase, fascinado con sus mismos ojos en el reflejo del cristalino ajeno.

De no ser por su recuerdo colgado de las ropas tantos años, se podría decir que era inocuo. No daba consejos, no compartía sabiduría y jamás alimentó una mala costumbre. Sólo divagaba por la vida; era un pensamiento extraviado. Le decían "El Fusco"; ni él mismo recordaba por qué.

-Me lo gané una noche -decía parado fuera de la escuela, junto a la cancha de futbol-. Estaba demasiado ebrio para recibirlo. Cuando desperté, era como una pestilencia, unas ganas de volver el desayuno que me lo tatuaban al pecho. Nunca rezongué. Era mi mote, sabrá Dios qué hice esa noche para llevarlo a cuestas, pero todos los días lo cuidé, puedo decir que lo amamanté.

Un soplo. Un vaivén de ideas. El resuello de mil rostros acomodados en un azar estrepitoso de presente y un diván en medio de todo, donde acostamos cada recuerdo cuando tenemos ganas de pensar. Así es el tiempo.

-¿Te das cuenta de que eres tu pueblo? -dijo un día.

El muchacho sonrió, como sabiendo la respuesta. Con la mirada en el balón de futbol entre las manos y un séquito de compañeros atentos.

-No, en verdad. ¿Ves aquel remolino? -siguió, dándole una bocanada grande al cigarro-. No es sólo polvo el que lleva. El tono rojizo se lo dan los tomates podridos de Don Pancho, allá en la esquina. Los empujaba uno por uno hasta el bastión del granero, ya de ahí ha sido fácil levantarlos en revuelo, libres.

Los muchachos sonreían. Sin duda, la sabiduría de la que están repletos los chamacos de diecisiete años, no les permitía lucir complacidos jamás. Un tono irónico se les resbalaba de la mirada cuando lo escuchaban, pero jamás se dijo una palabra en ese tenor.

-¿Ves cómo se eleva? -continuó-. Eso es por el algodón de La Finca. Sus diminutos guerreros blancos en coro por el aire. Cuando el mundo se erosiona se te mete por la nariz, a los pulmones, y no importa dónde acabes, llevas el pueblo dentro. Con el tiempo, estás hecho casi enteramente de sus polvos, de su barro. Como el pardo ése que sube, que no es más que el lodazal de la tía Justina, preparándole el baño al Peregrino -decía empujándolo en broma con la risa burlesca e incompleta que mostraba de vez en cuando-. Hora de ir a casa.

Soltaban la risa.

Pasó el tiempo, lentamente, sostenido de los postes se movía por el pueblo, adolorido de tanto traer noticias y llevarse gente para no volver. El tiempo, el mensajero del señor.

Crecieron los ruidos, crecieron los muchachos, crecieron los lugares donde encontrar al Fusco, y los lugares donde perderlo.

Vueltos al pueblo, hechos unos hombrones, se sentaron en el mismo lugar de siempre, tapizado de chamacos y sus mil lenguajes. Los gritos, los lloriqueos, los pleitos; pero se extrañaba esa voz suave y pausada, como agarrando viada.

-Se lo llevó el remolino -dijo el Peregrino.

Soltaban la risa.

Dicen que se lo llevó el cáncer; una noche como cualquier otra. Estaba atrás de la fonda de Don Tomás, cuando le agarró la carraspera y ya no pudo respirar. El pobre se había vuelto parte del pueblo, demasiado como para notarlo. Lo despidieron y lo echaron a las rosas.

Quisieran decir: Aquí yace "El Fusco"; el buque de vapor; un hilo blanco amarrado al cielo para no caer; un pueblo, una época, una voz como agarrando viada. Cuando viviendo tanto se le puede respirar y tiene un aroma pardo, de hierba, de noche y tierra mojada.

3 comentarios:

María dijo...

Me ha gustado esta historia de final trágico y tan bien escrita. Perfecta.

Un abrazo bien grande

un blogger más dijo...

Buena historia escribes muy bien. Ja la frase No fumo me rodeo de misticismo muy buena, pero al final su misticismo se lo llevo a la tumba.
saludos

Foster dijo...

Muy buena.

Tal vez sabia que iba a morir asi, pero yo creo que comprendio que ya era demasiado tarde para ponerse a pensar en su salud y demasiado temprano para dejar el tabaco.

Escribes bastante bien.

Saludos.