jueves, 21 de febrero de 2008

La Isla

Es una isla. Una típica. La palmerita, la arenita, el sol y el vasto océano.
Yo en el medio. Sentado.
Hay algo distinto, sin embargo. Un teléfono. Un teléfono grande y negro, colgado del tronco fibroso de la palmera.
Así, además del ruido del nunca quieto mar, de la brisa entre las hojas, del caer de cocos y de uno que otro suspiro, se escucha, todos los días, sin falta, el timbre del teléfono.
Todos los días, sin falta, lo levanto. Es mi mamá. Siempre es mi mamá.
Me dice que me quiere, que está conmigo. Me dice también que mis hermanos me quieren, mi sobrino. Me habla de mis amigos y de las novias. Que mandan saludos. Me dice que daría la vida por mí y que está muy agradecida de haberme tenido. Luego se despide.
Vuelvo la vista y ahí sigue la palmera, la arena, el sol, ese lenguaje de vasto océano.

Mañana sonará de nuevo el teléfono.
Será mi mamá diciéndome que no estoy solo.