domingo, 17 de febrero de 2013

Tercera llamada

Era fácil deducir de dónde venían esas manos temblorosas y moldeadas en callos. Una enorme caravana, un productor empedernido, un acto hechizo de quiromancia. Aún se le sentía lúcido como en antaño, pero ahora el espejo se le desprendía de la mirada en un reflejo repulsivo. Había envejecido en algún punto entre escupir sobre sus palmas y codos quebradizos como única crema humectante, y atacar las garnachas, frijoles, tortas, chilaquiles, o cualquier cosa al alcance, como desayuno. Incluso en ocasiones, cuando el dinero faltaba, podía encontrar la saciedad en la confitería de junto, confundiendo al hambre con cualquier regaliz.

Era fácil saber que la vida no era mucha entre los jirones de tela que cargaba como ropa. Un enorme garañón de mil batallas, ahora tranquilo, sonriente. Justo cuando inerme, la vida desdeñaba darle una última pelea.

Sentado en las ruinas de su viejo apartamento, soñaba con aquellos días de grandes espectáculos, de dinero, de hermosas mujeres. Cuando tenía peso sobre el destino, sobre la vida entera. Ahí, bañado por el relente nocturnal, entregaba sus últimas palabras a los grillos o las libélulas que merodeaban las cristalinas telarañas que lustraba la luna.

-Es un milagro –dijo en un último suspiro-. Todo el tiempo tuve la vida en mis manos. Toda la vida tuve el tiempo… Siempre peleando por más. Y ahora que el minutero se alarga mucho más allá de mi hora, parece que ya no nos seguimos el paso, y no se me ocurre nada más. Si tan sólo hubiera sabido antes habría conseguido unos cuantos números extra, una última función; que estas nuevas líneas de mis manos no fueran arrugas sino una historia más qué contar. Caray, si bien sabía yo que de todos es la vida la única que no se deja emborucar.

Meditabundo esperaba el fin, preocupado apenas por vez primera, con la voz ahogada y el pecho compungido, cavando su cárcava en el corazón.