viernes, 8 de junio de 2007

Aníbal Preciado

Así era Aníbal Preciado, obstinado; por eso cuando su esposa lo veía a los ojos fijamente, diciéndole que ese hijo que sostenía en sus brazos no era suyo, no dijo nada. Nomás se acomodó el sombrero, se acomodó los pensamientos, mirando lejos dentro de esa mirada negra de su esposa. Sentía cómo le corría el sudor por la espalda, como pedazos de hielo enchinándole la piel, congelándole los sentidos. Sólo uno le quedaba, ya parecía que se oía solito; nomás de puro pensar, de puro escuchar...

-Bien me acuerdo lo que dijiste, Aníbal, guardé entre las ropas esa manda por mucho tiempo, y Dios sabe que no quise sacarla, ni siquiera para enjugarme las lágrimas de tanto añorar. Muchos años la guardé, aquí, pegadita a las costillas, para no sentirla cerca de mis pechos caídos o mi fruto marchito; pero lo que el niño Aníbal dice, se cumple, y qué iba yo a hacer. Si hasta Dios te reniega cuando dices que va a llover y llueve, y saltan como chapulines por el campo todos los del pueblo y te agradecen a ti y hasta limosna te quieren dar en los domingos, pues saben que fuiste tú el que les dio de comer. Qué iba yo a hacer si cuando lo iba a parir ahí me tuviste con las piernas apretadas tres semanas más de lo que debía porque tú te ibas a cazar y no volvías hasta ya pasada la noche; y el niño no nacía pues Aníbal Preciado se acomodó el sombrero con la carabina al hombro para no saber; nomás dijo: "Mi hijo no nace"; y se fue hasta gastarse el alba en pequeños faroles por doquier. Y ahí estaba yo, cumpliendo esa manda, porque ésta ya era mía, pero no te dabas cuenta, Aníbal. Si tu hijo aún no nace es tu culpa porque aquella noche, aquella noche en que sentía que las brasas que alimenté por ti, por tu retoño, se me apagaban, se me iban con cada trago de agua y saliva de tantas ganas de crear y tan pocas esperanzas, me dijiste, me acuerdo clarito que me dijiste: "Yo no voy a tener hijos, ya estamos viejos, Carmen, ya no estamos pa esos trotes. Si quieres un hijo, pos a ver cómo le haces, porque lo que es yo; yo no los quiero". Y por años cargué con el peso de esas palabras, porque sabía se cumplirían y no miraba cómo era eso posible, no estaba en Dios; pero como siempre, Aníbal, hasta a Dios le das la contraria; así como cuando apostabas al cinco y te llenabas de dinero sin trabajar por él y yo pensaba que eras cosa del diablo y por eso no querías otro hijo por ahí, rondando, malviviendo, sintiendo cosas que no debíamos sentir; pero yo te amaba, y de los dos no podía salir cosa mala, por eso te pedí un hijo. Y entonces me encontré a Don Chumel y supe que era él; no sé si eran esos ojos azules que se me afiguraban al Señor o sólo ganas de prenderle fuego a mis entrañas, que tanto lo necesitaban; pero ahí estaba, mirándome a los ojos como me ves tú ahora, Aníbal, con esa bondad escurriéndose de lástima, con esa ternura que sólo se le tiene a quien más amor le podemos dar; sólo que ésta lástima de tus ojos es por ti, Aníbal, la que sientes de pronto por saber que siempre fuiste tú el dueño de tu destino y del de todos los que te amaban; no como el Chumel, que sólo vino a cumplirte tus caprichos con las palabras del Señor y los pantalones calientes; y por eso tu hijo no ha nacido, Aníbal, porque tú lo dijiste y hoy me empieza a preocupar que así lo hayas sentido y todo esto no fuera obra del diablo y Dios no esté tan lejos, y sólo haya sido un capricho tuyo y cada vez que te reflejes en los ojos nuevos y azules de Don Chumel, sepas que tuviste unos negros bien metidos en el alma que te daban todo porque los voltearas a ver, de eso sí tengo miedo..."

Aníbal nomás movía la cabeza de arriba para abajo, repitiendo en su mente cada palabra; regalándoles el sentido que antes no les habría podido ni prestar. Se guardaba las respuestas para al rato, cuando tuviera saliva, cuando pudiera sacar las lágrimas que le agotaban la mirada; entonces nomás agachaba la cabeza y veía a los ojitos tiernos del niño; tan inocente. Entonces dijo despuès de un rato:

-Sí los quiero.
-¿Qué?
-Que si los quiero, caray, y ya verás lo que es ser obstinado.

Cuando ella se quedó callada.

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