martes, 10 de julio de 2007

Memorias de una Geisha, ja.


Por el cuarto enrarecido de espacio se divaga en cada respiro. Lo que un montón de basura puede significar si se le encierra y se le deja añejar en recuerdos. Ayer dejé caer una hoja, sólo por escuchar el ruido que hacía al deslizarse por el piso. Me suena a miles de libros tumbados por el suelo, cuando papá caía dormido y soltaba a duras penas, de entre las manos, aquel enorme tomo que quizá no volvería a leer. Así le rendía tributo. Con las manos callosas, no podía ser escritor, era ingeniero y sin embargo, por un instante, sentía ese libro nacido de sus propias manos. Ese arcón de recuerdos. Los domingos de beisbol en el termo. Los días de playa en la hielera. Los periódicos, las cervezas. No se ve, pero al costado, entre repisas de yeso, se guardan cientos de fotos, a veces tan niñas, viendo de reojo al tiempo mucho antes de pasar. A veces soy así, como el tiempo antes de pasar, como una fotografìa en reposo, esperando la sorpresa, como el libro nacido de sus propias manos. Un escrúpulo aterido en la conciencia, un bastión de memorias oxidadas, cuando sosteniendo en las manos una carta desleída me dan ganas de llamar de nuevo, escuchar su voz y olvidarlo todo, pero me detengo... como las memorias se detienen por el cuarto y se suceden, se mezclan inertes justo antes de pasar, sucediendo sólo su aroma, y encerrarse en un lapso de tiempo, en ese espacio, sin momento, a esperar.

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