jueves, 19 de julio de 2007

Hasta pronto

Se suda inconsciencia. Un quejido de lenta agonía arrulla los sentidos. Se sonríe. Se sonríe como el condenado; en una mueca ahíta de desconsuelo, de alma rota, martirizados por un dolor viejo que nos crió. La noche lleva llanto en las venas y a las estrellas -apagadas en sentimiento- se les presta un farol.

Es una noche perfecta para morir. El agua se escurre por la coladera en una adoración de insomnio velado por un millar de penas dispuestas para rezar. La hecatombe, el guijarro del miedo golpeando la ventana, la bocanada final; un trago de aguas amargas disfrazadas de hielo por la espalda: un molesto musitar.

Acá donde se muere se sonríe más que nunca. Se nos duermen los dedos de tanto reconocernos entre las sombras. Se moldea un rostro curtido de vientos de sal, de boca incompleta, sin labios ni voz, y dientes gastados de tanto comernos la vida a mordiscos a través de dos metros de polvo; desde el fondo, muy al fondo de nuestro urgido final.

El sueño ronda y se le niegan los ojos, se le oculta la mirada. Es un extraño más entre aquellos que niegan su existencia misma en una procesión circular e infinita; atemperada por el perdón. La vida sólo a ratos, para al rato, silba en una nueva plegaria y en el silencio se desvanece para no volver a verle jamás.

Acá entre mi gente. Acá donde se muere a montones cada vez que alguien se va.



Ahi me esperas, abuelita.

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