viernes, 14 de mayo de 2010

¿Se acuerdan?

Después de una hora bajo la llovizna los dientes empezaban a traquetear con el golpeteo de las gotas que alcanzaban la marquesina del cine.

Ya no esperábamos a nadie, sin embargo, la esperanza renacía en los faros del primer auto que semejara acercarse. Empezamos varios, pero los otros, los que han corrido con mejor suerte, se han ido yendo de uno en uno. Volteo a la derecha, Carmen, Karelina, luego a la izquierda; Alheida, Sol. Luego al suelo. El calor se me escapa del alma y lo tengo bien sujeto de las bolsas y pegadito al cuerpo, apretado, apenas amarrado de unas hebras. Entonces empiezo a recordar los días de verano cuando las gotas son de sudor y resbalan de mi frente y me quejo del calor. Cómo lo extraño ahora.

Atrás quedan unos cuantos. Una pareja, una familia con dos niños, el más chico duerme en brazos de la madre. Me ven con la misma sorpresa que ahora tenemos todos en la cara. Como si llover fuera cosa nueva. Y a veces lo es. Especialmente en esos meses donde sabemos que podría llover en cualquier momento y escogemos no esperarlo. Sonrío con la pequeñita detrás de mí y ella esconde sonrojada su cara detrás del brazo de su padre.

-Qué frío.
-Sí.

Nadie se mueve. El calor va y se fuga con la lluvia en el resuello de la coladera al final del pasillo.

Hace tiempo aprendí que en los días posteriores a mi cumpleaños siempre llueve. No sé cuándo, pero sé que siempre llega. Si tan solo les hubiese dicho.

-¿Calor o frío?
-Frío.
-Frío.
-Frío, definitivamente.
-¿De qué hablan?
-¿Qué prefieres, frío o calor?
-Ah, frío, definitivamente.
-Es más fácil de quitarse. El calor apenas con aire acondicionado.
-Quítatelo ahora.
-Chistosito.
-Ya tardaron mucho, ¿no?
-Sí, ¿se quedarían atascadas por las lluvias?
-Probablemente.

Las personas detrás empiezan a inquietarse. Ya es tarde y el pequeño ha despertado y ahora nos ve tímido desde los brazos de su padre. La niña le platica a su madre de por qué llueve. La pareja se nota despreocupada aún, susurrándose unas cuantas cosas al oído. Nosotros seguimos separados. Como si no estuviésemos dispuestos a prestar el poco calor que aún nos queda. Se escucha una sirena de ambulancia.

-¿Cómo hacen para llegar en este caos?
-Sí, es un show.
-Que manden a las de Baywatch.
-Ja ja.
-Mira tú.
-Se mueren de frío.
-Ya no aguanto.
-Ya te vi. Qué friolento eres.
-Creo que me mojé los pies. Voy a perder un cochinito.
-Nunca entendí.
-Larga historia.

El pequeño ahora quiere mojarse en la lluvia. Estira la mano para atrapar las gotas que caen y cuando una se estrella entre sus dedos, voltea sorprendido con la madre que lo ve con amor.

-Qué lindo.
-¿Quién?
-El niño, se alegró de haber atrapado una gotita.
-Je je, ternurita.
-Como para agarrarlo y aventarlo al charco; va a salir carcajeándose.
-El papá es el que te va a meter la cabeza en el charco si le sigues.
-Hola.

El niño nada más voltea con cierta desconfianza mientras sigue queriendo atrapar la lluvia. Todos tenemos prisa. Alheida quiere ir a ver a su sobrino que está en la ciudad. Sol quiere llegar a dormir. Carmen tiene reunión con la familia. Karelina, bueno, Karelina ya está mostrándole un juguete al niño que lo toma sólo después de recibir el permiso de su madre.

-¿Cómo se dice?
-Gracias.

La niña se inclina curiosa para ver qué sucede. Abre la boca en tono de expectación y se lleva una mano a la cara. No tiene frío y apenas si va cubierta para el invierno. Lleva el suéter con cierto desdén y s ele resbala por los tirantes del vestido que lleva. Su cabello largo me recuerda a alguien.

-También tengo algo para ti. Mira.

Karelina enciende una vara que asemeja esos listones que usan las gimnastas para sus rutinas. La niña maravillada con los colores sonríe tímida sin poder evitarlo. Entonces lo toma.

-Así es, mira –le explico al niño en el suelo-. Tomas esto de aquí, jalas y listo.

Vuelvo a ver esa cara de sorpresa que tenía cuando atrapó su primera gota de lluvia. Ahora todos observamos a los niños mientras juegan. Poco a poco empiezan a perder la timidez y se dejan guiar con las instrucciones encimadas en derredor.

-Yo nunca tuve uno de esos cuando era chiquito.
-Ni yo.
-Apenas si tuve un yoyo. Si lo hubiese lanzado y se le prendieran las luces me hubiera desmayado.
-Ja ja.
-Llego contándole a mi mamá y no me cree. En serio, mamá, vi unas luces y luego…
-Ja ja ja, veías ovnis.
-Ándale, el psicólogo al día siguiente para preguntarme sobre esas luces. Cuéntame todo lo que viste.
-Qué simples.

Carmen y Sol ya juegan con la niña. Alheida repara el juguete del niño, pues se descompuso. Karelina se acerca a ayudar justo en el momento en que está listo. Jalan, sueltan y todos sonríen al verlo pasar volando entre el agua. Se aleja un poco dentro de la lluvia y voy por él.

-¿Cómo te llamas?
-Miguel.
-Miguelito.
-No, Miguel.
-Ja ja, yo decía. Miguel.
-Síguele.
-Ya sé.
-¿Cómo te llamas tú?
-Daniela.
-Daniela. Mucho gusto, Daniela.
-¿Ella cómo se llama?
-Ella se llama Carmen; ella es Sol, ella es Alheida, ella es Karelina y yo soy Luis.
-Ah.

Ya nos acercamos. Estamos tan concentrados jugando, armando, platicando, que empezamos a sudar. La lluvia aún golpetea la marquesina del cine y no han llegado. La pareja se ha recargado en el muro y observan el juego. Los padres de los niños están atentos a todo lo que sucede y por un instante se quedan viendo el uno al otro sonrientes. Empiezan a susurrarse algunas cosas. Volteo y los niños se pasean entre brazos.

-Muy tímidos, ¿no?
-Sí, ya se ambientaron.
-Yo también.
-Vayan practicando.
-Tú.
-Yo también.

Miguel ya domina el juego y Daniela pretende ser una princesa, se arregla el cabello entre ademanes de niña. Empiezo a pensar en lo otros. Los que corrieron con mejor suerte. Sonrío.

Ha llegado la hora de irse. La llovizna no ha cesado pero en un intercambio de niños entre brazos, los padres nos desean buenas noches queriendo devolver los juguetes en vano. Entonces dicen gracias apenados. Luego se marchan agazapados entre las gotas. Daniela dice adiós con una sonrisa. Miguel se queda absorto en las gotas que se ven a contra luz por sobre la marquesina y estira el brazo para atrapar una. Cierra la mano en señal de adiós. “Adiós”, decimos a coro.

-Buenas noches, dice el papá, ¿no?
-Sí, es educado. ¿Qué tiene?
-¿Podría ser mejor?
-Je je.

Nos iluminan unos faros al fin cuando nos habíamos despojado de la esperanza. Se baja Katia con una sonrisa sorprendida. No sé si por la lluvia o en señal de disculpa.

-Hey, vámonos. ¿Qué tienen?
-Nada, ¿por qué?
-Qué risueños.
-Uno que es feliz.

La lluvia empieza a cesar, como si esperara nos fuéramos para despedirse. La pareja se ve a lo lejos, caminando entre charcos, con el agua hasta las pantorrillas. Aún se les ve despreocupados mientras se toman de la mano. Es hora de partir. Ya es tarde. Es invierno y tengo calor. El frío va y se fuga con la lluvia en el resuello de la coladera al final del pasillo.

-Ya sé, podría no estar lloviendo.
-Si no estuviese lloviendo no nos habríamos quedado ahí…
-Ja ja, ya sé. Es broma.
-Ya sé.

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