jueves, 2 de agosto de 2007

Ni el más leve sonido

Es mi ciudad aquella
bajo el cielo de sol tupido,
que parece que va llorando
macilenta en aguas de río.

¡Es el calor! -Dice un cristiano-,
es el calor y el ruido.

¡Es el hombre! -Le grité-.
Es el hogar caído…
¿Qué ahora culpamos al sol
y del barullo al sonido?

Es la tierra amarga de sangre.
Es el corazón podrido.
Es el poder de la bala.
El dinero, el forajido.
Serán mis ganas de llorar
por el niño que ha nacido.
Mis mil ganas de gritar,
o de que me presten oído...

Dejemos que sea el calor.
Que nos confunda el barullo.
Así cuando estemos muertos,
bajo tierra ni el sol…
y ni el más leve sonido.

1 comentario:

María dijo...

Qué bueno tu poema, me dejaste sorprendida